(Read the English version of this article )
Cuando hace unos días nuestro mentor y amigo Alistair Cockburn estuvo en Chile (¡por fin!) nos contó acerca del famoso encuentro realizado en Snowbird en 2001 donde se escribió el Manifiesto y se escogió el apelativo: ‘ágil’. Ellos estaban además de ese término, evaluando el nombre ‘adaptativo’, incluso, hubo un empate al momento de votar, pero finalmente se quedaron con ‘ágil’. Desde entonces, ha corrido mucha agua bajo el puente, y esa propuesta ha tenido impacto mucho más allá del desarrollo de software.
A pesar de que no se ha generado una versión ‘2.0’ del manifiesto, sí hay quienes hemos sentido la necesidad de explicar de forma actualizada en sencillo de qué estamos hablando al usar el término Agilidad.
El mismo Alistair ha propuesto ‘ El Corazón de la Agilidad ’ como una versión esencial de la Agilidad que aplica a todas las organizaciones, no solo al mundo del software.
Por otra parte, en este pequeño rincón del sur del mundo, con nuestro equipo en LeanSight hemos ido elaborando con los años una definición propia que queremos compartir.
Mucha gente habla de la “Agilidad” como la traducción de “Agile”, y con eso se refieren al conjunto de practicantes de ciertos valores, principios y prácticas representadas por métodos como Scrum, XP, Kanban, DevOps, Lean Startup y muchas más. A este último preferimos llamarlo “Movimiento Ágil” o “Agilismo”.
Nosotros conocemos organizaciones en las que intuitivamente reconocemos “Agilidad”, pero que no aplican algún método ágil A o B, y quizás nunca tengan que hacerlo. A la vez conocemos muchísimas que están llenas de métodos, roles y formas ágiles pero no la tienen para nada: aún están muy por debajo de las cambiantes expectativas de sus clientes, y desperdiciando el potencial humano de sus colaboradores.
Entonces, si no existe una relación directa entre el uso de métodos surgidos del Agilismo y la Agilidad, ¿cómo podemos explicar qué es esta última?.
Necesitamos entonces una definición que refleje algo observable en la organización que posea Agilidad, y que tal como hemos observado no esté garantizada por el uso de prácticas específicas.
La intuición detrás del término “Agilidad” es “adaptarse rápidamente”, pero, ¿por qué sería necesaria en la actualidad?
Todos hemos notado que cosas que dábamos por sentadas, ahora han sido reemplazadas o están siendo cuestionadas. Uber reformulando la profesión de taxista, AirBnB a la hotelería, Netflix a la Televisión abierta y al cable, etc. son casos reconocidos de disrupción en los servicios que consumimos. Pero este efecto no se queda aquí, también está afectando al mundo del trabajo.
¿Cuantas actividades desde las más mecánicas como los cajeros de supermercados, o como algunas de formación universitaria como la abogacía ya tienen reemplazos parciales o totales automatizados? Pensemos en los niños que recién entran a estudiar, ellos al salir al mundo del trabajo, tendrán a su disposición ámbitos laborales que aún no han sido inventados.
¿Qué podemos concluir? Que estamos frente a un mundo en gran cambio y que la incertidumbre es la norma. Y por ende es necesaria Agilidad para navegarla exitosamente
Poder adaptarse frente a la incertidumbre es casi mandatorio en el mundo actual, pero necesitamos algo más. El tan sólo adaptarse es plantearse de forma reactiva, y estar siempre detrás del cambio. Por ende hemos descubierto que también es necesario proponer. Nassim Taleb en su libro Antifragile: Things That Gain From Disorder plantea la Antifragilidad como la capacidad de un sistema de prosperar frente a la incertidumbre, que podemos asimilar a la idea planteada más arriba como “proponer y adaptarse rápidamente”.
Sin embargo, Taleb nos plantea que hay algunas organizaciones antifrágiles que prosperan frente a la incertidumbre, pero a costa de los demás, como es el caso de las fábricas de armamento que se hace rica en caso de guerra. Y esto no calzaba con la historia y la ética del Movimiento Ágil.
Y así descubirmos el último elemento que por ahora compone nuestra definición de Agilidad: el foco por y para las personas. Muchas de las organizaciones que han aplicado métodos ágiles han ignorado este último y crucial punto, el Agilismo entrega un poderoso kit de valores, principios y herramientas para habilitar a las personas a mejorar su labor en el día a día y su capacidad de entregar valor a otros por ellas mismas. Si por el contrario, éstos valores, principios y herramientas se imponen verticalmente, sólo se obtendrá un pálido reflejo de la deseada capacidad que hemos llamado “Agilidad”. Una transformación ágil que no da autonomía a las personas, no puede liberar el poetencial completo de ellas de aprender, entender y crear colaborativamente.
El Manifiesto Ágil parte con una frase ignorada y sin embargo fundamental : “Estamos descubriendo mejores formas… tanto por nuestra propia experiencia como ayudando a terceros”. Esto lo tomamos muy enserio, por ende, nuestra definición actual de Agilidad como la capacidad organizacional de prosperar humanamente ante la incertidumbre está también en permanente revisión. Sin embargo, y tal como está, ya nos hace conscientes del largo camino que nos queda por delante para aprender a ser efectivos en lograrla en nosotros mismos y cultivarla en otras organizaciones. Pero ya tenemos un verdadero norte que nos guía mucho más allá de métodos y prácticas particulares, y nos una gran y exitante aventura hacia adelante.